¡La Oligarquía salvadoreña ronca, pero no duerme!
El escrutinio final del Tribunal Supremo Electoral salvadoreño (TSE) confirmó
las cifras obtenidas por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN) y la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). El apretado resultado
electoral causó sorpresa dentro del electorado, sobre todo en las filas
efemelenistas, quienes esperaban una victoria abultada. Es muy difícil mantener
la continencia en momentos de embriaguez electoral y de victorias, aunque éstas
sean parciales. Pero no es tarea de la masa anónima, en momentos de euforia
merecida, detenerse a reflexionar acerca de los pro y de los contra, implícitos
en los números finales de las elecciones presidenciales 2014. Esta es responsabilidad
de los organismos de dirección y planificación estratégica de un partido
político electorero.
Dejar llevarse por el torrente de alegría desenfrenada, acompañar a la
fervorosa multitud abarrotada en el Redondel Masferrer y percibir el calor de
la campaña electoral en carne propia a 9413 kilómetros de distancia es fisiológicamente
imposible. Pero por otra parte, la misma lejanía, aunque relativa, gracias a la
red informática mundial y las redes sociales de comunicación, facilita la
lectura ponderada y el análisis sobrio de lo que se dice y se escribe acerca de
El Salvador. En mi ensayo publicado en ContraPunto el lunes 17 de febrero 2014
(http://www.contrapunto.com.sv/columnistas/la-estadistica-la-democracia-y-la-economia-de-mercado) pronostiqué – sin pretensiones de ser prodigiador
– que el escenario político electoral en la segunda vuelta sería muy distinto
al del 2 de febrero y que ARENA aumentaría considerablemente sus votos. Y eso
fue precisamente lo que ocurrió el 9 de marzo pasado.
No fue por nocaut técnico, como la gran mayoría de los correligionarios y
simpatizantes del FMLN esperaban, sino por puntos. Tanto en el primer “round”,
como en el segundo. Y precisamente en ese detalle es que está escondido el
diablo, la bestia o el mal augurio. O las tres cosas a la vez. Tiempos borrascosos
se perfilan en el horizonte salvadoreño, pues no existe gobierno débil que
pueda gobernar con fuerza. Es un axioma matemático y político.
¿Qué pretende ARENA?, pregunta “Noticias UCA” en su editorial del 14 de
marzo (http://www.uca.edu.sv/noticias/editorial-279). La pregunta es retórica.
Pedirle a ARENA que acepte los resultados electorales y se someta a las leyes
de la “democracia parlamentaria”, la misma que ellos han “apoyado y apreciado”,
es como pedirle a un tigre cebado que no coma carne humana. Efectivamente, la
Oligarquía salvadoreña o en el lenguaje contemporáneo, el grupo de los 20
(G-20) hará “todo lo que tenga que hacer”, vía ARENA o cualquier otro
instrumento político-militar, para impedir que el nuevo Gobierno haga “escuela”
en El Salvador, puesto que la Oligarquía salvadoreña ronca, pero no duerme.
La Oligarquía salvadoreña, según mi opinión, no le “tiene miedo” al partido
político de FMLN ni a su programa de gobierno. ¿Cuándo se ha sentido realmente amenazada
por la socialdemocracia? ¿Cuáles son los privilegios que ha perdido en los
últimos cinco años? ¿Representa el FMLN una amenaza real para la Oligarquía
salvadoreña y el capital internacional? Pienso que no. Sin embargo, ¿Cómo se
explica entonces lo furibundo de la reacción de la dirigencia de ARENA? En parte
es frustración postelectoral, pero lo que está detrás de bastidores es la
incompatibilidad de caracteres entre la Oligarquía salvadoreña disfrazada de
ARENA y otras estructuras político-económicas y el FMLN. Utilizando la
terminología del vocero oficial del FMLN, Roberto Lorenzana, “Ahora van – ellos
los oligarcas – a negociar con el poder real del FMLN” y no con el gobierno de
Mauricio Funes. Y creo que lo harán, más allá del escozor que les pueda causar
el hecho de sentarse a la mesa de negociaciones con los antiguos enemigos de
clase en un marco nacional que ya no es bélico, sino en un teatro de
operaciones “democrático parlamentario” aceptado por ellos y por la comunidad
internacional. Pero es sabido que en todo pacto de coexistencia pacífica,
económica y política, concertación o contrato de cooperación, las partes contendientes
o implicadas, estipulan negociadamente el reglamento o las leyes del juego.
Entonces, ¿A qué temas y a que cosas están dispuestos la Oligarquía salvadoreña
y el FMLN a ceder, a aceptar y a conceder?
A decir de Marcos
Rodriguez, asesor de la fórmula presidencial Salvador Sánchez Cerén y Oscar Ortiz,
el FMLN es un partido con un “ideario socialista, así como el ideario del
Partido Social Demócrata de Alemania también lo es”. De hecho, es más radical
que el del FMLN”. ¡Más claro no canta un gallo!
Ningún alemán que esté en
su sano juicio, afirmaría que las agendas política-económicas de los gobiernos
socialdemócratas desde Friedrich Ebert (1919-1925) pasando por Willy Brandt
(1969-1974), Helmut Schmidt (1974-1982) y Gerhard Schröder (1998-2005) fueron
socialistas. Aquí Marcos Rodriguez confunde la gimnasia con la magnesia, puesto
que no es lo mismo, hablar del carácter social de un programa de gobierno que
el carácter socialista del mismo, es decir la solución de la contradicción
madre en la economía de mercado: Capital-Trabajo.
Obviamente, Marcos Rodriguez no se refiere al “Socialismo
científico o Marxista”, sino que al “socialismo” socialdemócrata del siglo XXI.
La diputada del FMLN y
antigua comandante del Partido Revolucionario de los Trabajadores
Centroamericanos (PRTC) Nidia Díaz, afirmó en su día lo siguiente:
"Esta etapa de lucha, independiente de los resultados electorales de marzo
del 2012, sigue siendo una etapa revolucionaria, por la Revolución Democrática,
de cambios, de transformación, de construir democracia revolucionaria, rumbo al
Socialismo".
Ahora bien, ¿a qué
socialismo se refería la compañera Nidia Díaz en 2012? ¿Al socialismo de Marcos
Rodriguez o al de Carlos Marx y Federico Engels?
Me imagino que la
Oligarquía salvadoreña y sucesores
también se preguntarán lo mismo a la hora de firmar pactos o
concertaciones con los antiguos enemigos de clase.